martes, 14 de enero de 2014

La intuición vivida -I-


¡Heme aquí!, siglo XX pasado, ya antiguo, tan básico para muchas generaciones, rompedor de ideas milenarias, germen de un espíritu naciente pero lleno de incógnitas, de derrumbes, siglo del conocimiento mutuo, de culturas que se abren a las otras, de conocimientos o descubrimientos de otros mundos tan lejanos y desconocidos hasta entonces.

Ciencia, filosofía... Todo ha transcurrido tan rápido para mi generación!... ¡Heme aquí!, personaje inmerso en una cultura occidental ya clásica, muy pasada tal vez, claramente ajada. El tan manido nuevo mundo ya se abrió hace tiempo con sus innumerables incógnitas, que originan la angustia del que entra en el camino minado de la evolución. Y es que acaso nuestros pasos nunca han sido dados tan en falso, puesto que si grande fue nuestro progreso, mayor fueron los lodos que se abrieron a ambos lados. El mundo aparece más amenazante cada vez, y ha entrado en nuestra propia casa. ¿Quién dijo que nos sobraba Dios?... ¿Quién dijo que la sabiduría de los grandes principios se había hundido entre nuestras dudas, para no resucitar?... ¡Nunca fue más buscada la poesía!

Cuando todo se va entre la penumbra heladora del número, no hay mejor asidero que el misterio, los lugares recónditos donde se esconde el Ser.

¡Heme aquí!, y necesito conquistar un mundo, mi mundo. Igual que tú, necesito estar en él y sentirme en él. Mundo de posibilidades, pero más mundo de peligros que amenazan con sus bocas abiertas.

¿Qué guías entretejen nuestro lecho?... Aquel venerable anciano de plateadas canas, respetado y sabio, brujo, ecuánime, ¿dónde estás?... Aquel respetado pope, de firmes principios, impasible al tiempo, estandarte de costumbres, ¿no eres quien bebe hoy de mi vaso?... ¿Dónde estás padre, sabedor de caminos, por ti hollados?... ¡Te añoro!... Hoy mi bagaje es tan exiguo, que aparezco desnudo ante ese duro invierno que tiempo ha empezó, y no se ve el final.

¡Tuve que inventar, pues nada valía ya!... Aquel conocimiento básico que tanto nos costó aprender, y que con tanta eficacia vistió a nuestros antecesores, se derrumbó como naipes ante el ímpetu de las ideas renovadoras, tan insólitas, tan evanescentes, renovadas a su vez por otras en un vértigo sin fin.

Y ni siquiera hubo algo inamovible en lo que cimentar nuestra andadura. Uno a uno fueron cayendo nuestros sustentos más sólidos, y cada vez era preciso descender más y más niveles en la búsqueda de la piedra de toque sustentadora de todo nuestro sistema, ¡valores que iban desdibujándose uno a uno hasta desmoronarse sin sentido de continuidad!... Y si no existía al fin ese punto de apoyo, ¿cuál sería el motor que alimentara nuestra búsqueda?

(De la obra de Alejandro Álvarez Silva titulada "El cierre del círculo")

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