sábado, 15 de octubre de 2022

El universo: sustancia divina... y ¡humana!

Como expuse en mi reciente obra, "Consciencia y sensación", ambas conforman un "estado de la materia". Existirían tres estados de la misma: la inanimada (la masa de la Física); la materia-energía como fabulosa concentración de energía, de acuerdo con la famosa ecuación E=mc2; y la animada citada.

Las características de este último tipo de materia conlleva, a su vez, la aparición de la "flecha temporal": pasado-presente-futuro. Y ello porque el "presente" es el período del tiempo donde esta materia animada ejerce su acción (el presente se define como la cantidad de tiempo necesario para la realización de la acción). El "pasado" sería el período temporal anterior a este último; y el "futuro" el posterior.

También se dice que el presente es el "asiento" de la consciencia, aún cuando las últimas  teorías neurocientíficas afirmen que la consciencia es posterior a la inconsciencia, aunque se salvaguarde el "libre albedrío". ( Ver en la revista digital Levante las referencias al artículo del neurólogo Andrew Budson "Consciousness as a Memory System".)



En resumen, consciencia y sensación están "alambicadas" en la propia materia: la materia animada las "rezuma"... Y dando la vuelta al razonamiento: sin materia, su alambique, consciencia y sensación se difuminan: ¡no existen! La muerte sentenciaría tanto a la consciencia como a la sensación, que deberían ser cualidades del presente de la materia animada... Pero, ¿y si, aún cuando la acción se circunscribe al presente, consciencia y sensación como binomio sobre el que se edifica el espíritu humano, se hiciesen atemporales? (Curioso: el tiempo de la relatividad equivale casi a la inexistencia del propio tiempo -pasado, presente y futuro estarían inscritos en el mismo bloque-.)

¡El universo quedaría permeado por ese binomio de lo vívido, del espíritu vital de cada criatura!: las consciencias inundarían el universo todo, y la frase milenaria de Lao-Tse, "Vivir es llegar, morir es volver", poseería un total sentido. Entramos en el universo del tiempo y el espacio al nacer, y volvemos al universo de la Nada -el Tao de donde procedemos- al morir.

¡Habríamos hecho nuestra "aportación" voluntaria al Todo, así nuestro espíritu en el "cuenco" construido con su labor recibiría su parte del néctar de la divinidad!

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