viernes, 7 de febrero de 2020

Evidencia del final


Lo importante a señalar es la amarga sensación de sentir y entender el fenómeno de la muerte y, sin embargo, percibir a la vez ese instinto de conservación, de prolongación hacia la eternidad... El primer sentimiento, solo puede producirse muy parcialmente en los animales, así que este dilema de sensaciones encontradas en la psiquis del hombre pertenece propia e intrínsecamente a la humanidad... Como se achaca todo al hecho de que es la evolución la que produce los efectos que se adivinan en la especie, por intermedio de dos factores principales, como son el azar y la necesidad, desde tal punto de vista, ¿por qué la evolución proporciona tal "desaguisado"?... Se me ocurre que que tal hecho no es fruto de la evolución biológica, sino de algo más reciente, consecuencia de la casi constatada (ver el artículo reciente de este Blog titulado: "¿La cooperatividad humana resultado de la competencia entre grupos culturales?") evolución cultural que tiene que ver con el aspecto social de cooperación entre grupos tras una "lucha" entre tales grupos sociales y culturales, y aquí habría que buscar el origen de tal "oposición" entre las citadas sensaciones...

Y como derivación, una vez que existe tal meollo o núcleo germinal de la cuestión, existen a continuación dos posibilidades básicas: una, la visión negativa, es decir, nada favorable para el desarrollo de una vida fructuosa y armónica, como es la aparición de "arrugas" o "quiebras" paralizantes que nos impiden avanzar hacia adelante, ante el hecho trágico de la muerte que puede suceder en cualquier momento, echando por tierra todo planteamiento vital hacia el futuro; la otra, basada, no ciertamente en el altruismo, sino en la cooperación social: ya que no podemos superar lo azaroso de nuestra propia situación personal, actuar con miras al desarrollo social, es decir, el favorable a un individuo o sujeto "abstracto", miembro de tal sociedad, que pudiera ser alguno de nosotros, tú mismo en particular, con independencia de esa situación personal que se obvia, para así evitar la posible inacción que no conduce a nada... Y como resultado complementario de tal actitud, nace como una justificación "subterránea" (por poco clara), una posible vida "inmaterial" o "idealizada" en el futuro, o más precisamente, más allá del trance de la muerte, una aspiración de eternidad, en otras palabras, ante la tremenda realidad de la muerte propia ("evidencia del final" del organismo vivo), y esto sí es una verdad absoluta, nuestro propio instinto de conservación del ente que somos (sin entrar en disquisiciones de orden ontológico sobre su materialidad o esencia) no renuncia a su permanencia... ¿dónde?... no se sabe... ¡ha de buscar un entorno imaginativo que ante la ausencia de materialidad orgánica, pueda albergar "algo" de lo que ahora somos!... ¿Resistencia a morir?, ¿a desaparecer?... La nada de la que partimos no es la meta a la que quisiéramos volver, a no ser que tal nada representase algo muy distinto a lo supuesto... Y es el Tao oriental la figura más acertada en dicho sentido. En otro, la fe ocuparía tal ausencia... ¡la religión aparece, entonces, como en todos aquellos momentos en que el destino nos retrotrae a acontecimientos o fuerzas que no podemos superar!... Se abstrae un entorno que pudiera dar cabida a esa posible vida "idealizada" del futuro, más allá del trance de la muerte, a una nueva y creativa "figura de la mente": ¡un mundo inmaterial, el cielo/infierno, y una Criatura Suprema en el mismo (Dios, ángeles, etcétera)!... ¡Son los ecos de la "evidencia de nuestro final" orgánico o físico!

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